En esta historia no se narrarán batallas épicas entre los dioses del mundo griego ni hazañas que llevaban a cabo los valientes guerreros griegos. En su lugar, relataré la enredada historia de amor entre dos criaturas mitológicas.
Todo comienza cuando Dion, un apuesto centauro en plena juventud, se entraña en el ejército de su ciudad para protegerla de los invasores. Luchando codo con codo junto a su diosa Atenea, Dion comienza a destacar entre los centauros debido a su agilidad y su nobleza a la hora de acabar con sus oponentes. No pasaba un día sin que decenas de personas y criaturas le buscasen por la ciudad para conocerlo.
Una buena tarde, tras una agotadora batalla en su ciudad, Dion se dispone a regresar a su casa cuando se topa en el camino con un grupo de fanáticos de Zeus que parecían estar al tanto de su gloriosa reputación. Comienzan a charlar amistosamente y él les habla sobre su diosa, Atenea, y lo protectora que es. Lo que no sabía el pobre Dion era que estos individuos se sentirían atacados en el momento en el que Dion afirmó que Atenea era sin duda la mejor diosa.
-¿Cómo que Atenea es la mejor diosa que existe? Chaval, no nos tomes por tontos que venimos de un pueblo en el que alabamos al más grande de todos los dioses, Zeus. Más te vale que no sigas con esa actitud chulesca que tenéis los jóvenes de hoy en día o te traerá problemas con nosotros.
-¿Osáis amenazarme aquí, en mi ciudad, en la que soy el centauro más respetado de todos? Solo bastan unas palabras de Atenea para que todos los súbditos de Zeus vengan corriendo a buscar su protección. – Dice Dion, claramente mosqueado.
-Tú te lo has buscado ignorante, nosotros ya te hemos avisado. Venga vámonos de aquí, el toro este no vale la pena. – Hablando con sus compañeros de grupo y Refiriéndose a Dion como toro despectivamente.
Dion está ya camino de su casa cuando vuelve a encontrarse con el mismo grupo de fanáticos de antes, esta vez armados y previstos de cuerdas. Antes de tener siquiera tiempo para reaccionar, Dion se encuentra en el suelo atado de patas y manos. Comienza a sentirse muy cansado y no pasan ni dos minutos hasta que se queda totalmente fuera de sí.
Cuando Dion despierta, se da cuenta de que le están llevando a algún lado al oír la madera de las ruedas del carro chocar con los baches que se presentan en el camino. Tras lo que parecía el viaje más largo hasta la fecha para Dion, el carro se detiene y los fanáticos se llevan a nuestro joven centauro a una celda que decían ser provisional. Paredes negras, altas y sin ningún tipo marca. Dion tiene la certeza de que se encuentra en una celda de la ciudad de Benel, pero se pregunta ¿por qué aquí? Es decir, Benel es una ciudad cuyos habitantes alaban a Hera, no a Zeus. Pero todos estos pensamientos se ven entrometidos cuando uno de los fanáticos aparece por el pasillo de las celdas y se dirige al único prisionero que había en ese momento:
-¿Cómo has amanecido, traidor?
-Traidor dice… será prepotente. – piensa Dion - ¿Qué hago encerrado aquí?
-¿Todavía no te has enterado? En una semana es San Valentín y la queridísima esposa de nuestro gran Zeus aún no ha pensado que regalarle.
-¿Esposa de Zeus? ¿Ni siquiera una diosa es lo sufrientemente importante como para ser nombrada sin requerir a Zeus? – vuelve a pensar Dion para sus adentros - Sigo sin entender que hago yo aquí. Esto tiene que ser un error, yo soy fiel a Atenea y no he tenido nada que ver con Zeus ni con Hera en toda mi vida como centauro.
-Sí, bueno… con un poco de suerte conocerás a alguno de ellos pronto. ¡Igual incluso a ambos! Después de que Hera se entere de que hemos capturado al centauro del que tanto se habla en Benel, se pondrá como loca para ofrecérselo a Zeus como regalo de San Valentín. Y tú, chico, deberías sentirte afortunado de ser el elegido como regalo para un dios.
Tras esta corta conversación, pasan días enteros sin ningún tipo de contacto hasta que finalmente recibe la noticia de que Hera ha decidido prescindir de cualquier ser vivo como regalo, dejando así a Dion inutilizado en aquella celda. Los fanáticos discuten y tras llegar a una decisión lejos de unánime, le entregan a Dion a Medusa en forma de prisionero y con la promesa de que le servirá como guardaespaldas llegado el momento. Pero Medusa no piensa igual, ella se ha defendido bien sola toda su vida y está segura de que no necesita ninguna ayuda. Aun así, le pica la curiosidad por conocer al guerrero centauro del que todo el mundo habla. Medusa decide bajar a su celda y conocer por fin a Dion. Por supuesto, ella no gira la esquina debido a su condición de que petrifica a cualquiera que le mire a los ojos. Habla entonces desde el pasillo.
-¿Reconoces mi voz centauro?
-¡Hola! Que alegría oírte, no tengo ni idea de quién eres, pero unos fanáticos me han secuestrado y me han dicho que me entregarían a Zeus como regalo de San Valentín. ¿Tú puedes sacarme de aquí?
-Medusa se ríe desganadamente – Me temo que no, y aunque lo hiciese no llegarías muy lejos.
-No me subestimes, soy el guerrero más…
-¡Ingenuo! Le interrumpe Medusa – Soy Medusa, la mano derecha de Hera. Basta con que me mires por un segundo para que todo tu ser quede petrificado eternamente. Hasta la fecha, nadie se ha resistido a mirarme a la cara y todo gracias a los rumores que hay sobre mi belleza sobrenatural. Tú no vas a ser la excepción.
-No me creo tus mentiras. Medusa dice ser amenazante y humilde, pero todo lo que he oído ha sido prepotencia y egocentrismo hasta ahora. Sal aquí y demuéstrame que eres Medusa realmente. Puedo contenerme y mirar tan solo a tus pies. Reconoceré por el sonido de las serpientes de tu cabello si eres ella o no.
-Está bien, pero yo te he avisado. Es una lástima perder otro valiente guerrero por su deseo de apreciar mi belleza
Entonces Medusa avanza por el pasillo, dobla la esquina y se postra ante Dion, en toda su majestuosidad. Dion opta por taparse los ojos y abrirlos poco a poco mirando al suelo. Avanza lentamente con la mirada y descubre los pies de Medusa. Consigue oír también a sus serpientes, amenazantes.
-¿Así que has decidido que quieres ser la excepción? Me gusta tu ambición, al fin y al cabo, las mujeres de tu pueblo desean a los centauros por algo, ¿no?
-No sé que decir… ¿Puedo irme entonces?
-No, no. Ve haciéndote a la idea de que vas a estar en esta casa para siempre, ya sea vivo o en forma de estatua.
-¿Qué te parece si hacemos un trato, me dejas salir de la celda y pasear por la casa una hora al día? Quizás hasta pueda enseñarte técnicas de lucha.
-¿Técnicas de lucha? De verdad que eres adorable, pero no las necesito. ¿Cuál es tu nombre por cierto? Eso es, Dion… ahora me acuerdo de que me lo dijeron los fanáticos que tengo decorando mi sala de estar. Mira Dion, me has caído bien así que me pensaré si dejarte salir mañana. Pero no te hagas muchas ilusiones.
-Perfecto.
Al día siguiente, Dion despierta y ve que su celda esta abierta. Sale corriendo como una exhalación, pero se encuentra a Medusa en el pasillo vuelta de espaldas.
-Buenos días, Dion, ¿has dormido bien?
-No he parado de pensar en lo que me dijiste. Veo que al final has decidido dejarme salir un rato. Prometo comportarme.
-Más te vale, no dejo a cualquiera andar por mi casa como si fuese la suya. ¿Qué coméis los centauros? ¿Césped?
-Dion no puede evitarlo y se echa a reír – Podríamos, pero nos alimentamos como cualquier persona normal. Un poco de pan e hidromiel me bastan.
-Que así sea. Dime Dion, ¿cómo es que no sientes el deseo de mirarme a los ojos?
-Bueno, en realidad sí que siento curiosidad por ver tu rostro, pero es suficiente con conocerte y hablar contigo. Además, no tengo a nadie más por aquí con quien hablar.
-Nadie me conoce. Todos los que se acercan a mi acaban petrificados en algún momento. Por favor, dime que no vas a ser tan estúpido de cometer el mismo error.
-No lo seré. Asumo por tus afirmaciones que no estás casada, ¿lo has estado alguna vez?
-¿A qué se debe tanto interés por mi vida amorosa? Bueno, olvidarás todo esto cuando te petrifiques así que allá va. Estuve casada hace mucho tiempo con una erinia, pero la cosa no acabó bien. Ella vengaba a los muertos y yo me dedicaba a matar humanos por aquel entonces. Como puedes deducir, yo le producía demasiado trabajo y acabó abandonándome en esta casa.
-Lo siento. Pero ¿cómo es que ella no se petrificó?
-Medusa entonces se quedó en silencio - Creo que ya es suficiente por hoy. Vuelve a tu celda.
Pasadas ya unas semanas de su cautiverio, Dion y Medusa empezaron a llevarse muy bien y ambos esperaban con ansia el momento del día en el que Dion salía y compartían sus vidas. Comenzaron a cogerse cariño y al cabo del tiempo Dion ya pasaba la mayor parte del día suelto en la casa.
Un día, mientras Dion estaba en el baño y Medusa desayunando, entraron a la casa hordas de mercenarios entrenados para no mirar a Medusa a los ojos y con órdenes de matarla. Ella se defendía bien, pero a pesar de ello, cuando apenas quedaban menos de diez mercenarios, consiguieron retenerla y se disponían a matarla cuando apareció Dion. Él había escuchado ruidos y salió mirando al suelo a la sala cuando vio unos pies atados y reconoció al instante que eran los de Medusa. Aquellos a los que había tenido que mirar día tras día. Miró entonces a su alrededor y vio a los cinco mercenarios alrededor de Medusa y rodeador por incontables estatuas de piedra.
Dion se prepara para la batalla, agarra un cuchillo que había en la mesa y una bandeja que le sirve de escudo y se dispone a luchar. El primer mercenario arremete contra el joven centauro y su espada rebota contra la bandeja. Dion aprovecha el fallo y le asesta un corte mortal en el cuello a su oponente. Los cuatro mercenarios restantes no se acobardan. Al fin y al cabo, acaban de reducir a Medusa. Con el cuchillo manchado de sangre, Dion lo lanza contra el casco de uno de los mercenarios con la mala suerte de que se introduce por la ranura de los ojos y lo mata.
Ya solo quedan tres, piensa Dion. Dos de los mercenarios rodean a Dion y comienzan a darle espadazos. Él se defiende a duras penas con su bandeja mientras mira de reojo por la cocina para buscar otro utensilio que utilizar como arma. Entonces divisa el tenedor que imita al tridente de Poseidón y lo agarra con un ágil movimiento. Clava las tres puntas en la pechera de un primer mercenario y con el mango arremete contra el segundo, que pierde el equilibrio y cae al suelo. Remata entonces al segundo mercenario y levanta la cabeza buscando al último superviviente. Horrorizado, ve que el último mercenario está encima de Medusa propagándole una serie de puñetazos en la cara al grito de ¡Qué guapa vas a quedar! Distraído con su labor, el mercenario descuida su espalda y Dion lo aprovecha para agarrarle por el cuello y liquidarlo. Entonces corre a por su amiga, Medusa, para ver en qué estado se encuentra tras la paliza.
Ella tiene heridas por todo su cuerpo, pero Dion mira preocupado su nariz, que está sangrando continuadamente. Comienza a decirle a Medusa que no se preocupe, que ya está todo controlado y que no se va a morir. Dion ve como Medusa empieza a recuperarse tras unos minutos de agonía y sin previo aviso, ella abre los ojos cuando tiene a Dion encima curándole la nariz.
-¡Noooooo! – grita Medusa, mientras Dion le mira a los ojos.
Dion comienza a llorar sabiendo que en cualquier segundo va a convertirse en piedra y dejar el mundo que conoce. Medusa se cubre la cara y le grita a Dion que no le mire, pero ya es demasiado tarde, ambos saben que se han mirado a los ojos. Sin embargo, la transformación en piedra tarda más de lo habitual. Medusa piensa que se trata de la fuerza de Dion que está retrasando su trágico destino unos segundos más.
Tras unos segundos en silencio que parecen eternos, Dion para de llorar y abre los ojos de nuevo. No está convertido en piedra y la confusión es visible en su rostro.
-¿Qué pasa? ¿Por qué no me convierto en piedra? – pregunta Dion alterado.
Medusa rompe a llorar también y contesta entre sollozos - ¿Recuerdas aquella vez hace meses que me preguntaste por la erenia que no se convirtió en piedra? Con ella descubrí que el amor mutuo de una medusa con alguien anulaba los efectos de la petrificación. ¿Sabes lo que eso significa Dion?
-Significa que creo que tenías razón cuando decías que nunca saldría de esta casa. Es más, no tengo intención alguna de irme.
-Dion…
-No hace falta que digas nada Medusa, me lo has demostrado tú también. Estaremos juntos a partir de ahora y no habrá nadie que se pueda interponer en nuestro camino.
-Llevaba mucho tiempo imaginando este momento, pero nunca pensé que fuese a llegar. Me has salvado la vida Dion, y aunque siento haberte tenido preso todo este tiempo, doy gracias a todos los dioses de haberte conocido.
Tiempo después, Hera consagró el primer matrimonio entre una medusa y un centauro y les deseó la mayor felicidad para el resto de sus vidas. La feliz pareja dio gracias a San Valentín por haber cruzado sus vidas indirectamente y a partir de ese año celebraron ese día como si de su boda se tratase.