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Ismael I Gladiator
Capítulo I: El Elegido
Innumerables siglos son los que han transcurrido desde que acontecieran aquellos hechos legendarios que enfrentaron no solo a hombres sino a los mismos Dioses del Olimpo.
Fue en una pequeña y remota aldea llamada Simeya, situada a la falda de una colina, por detrás de la cual se veía elevarse, como las gradas de un colosal anfiteatro de granito y piedra, las empinadas y escarpadas crestas del monte Pindo, donde nació aproximadamente hace treinta centurias aquel joven que cambiaria el curso de la historia de toda Grecia y por ende de la humanidad.
No obstante, su destino estaría intrínsecamente ligado al de una mujer de singular belleza de nombre Danea, cuyo valor y actos en vida fueron a la par de loables que el joven muchacho.
Poco se sabe de la infancia de ese héroe llamado Ismelao salvo que nació en una humilde aldea de agricultores. Sus padres a pesar de que se dedicaban al labriego de las tierras y al pastoreo pudieron brindarle una soberbia educación enviándole al Liceo de Atenas junto a los mejores pensadores donde se formó en los diversos campos del saber sin descuidar el arte de la guerra a la que tanta pasión y dedicación prestaba.
Fue precisamente en la misma Atenas, a la edad de diecisiete años donde recibió la trágica noticia de la muerte de sus padres así como de todos los habitantes de Simeya y de los demás pueblos colindantes. Estos fueron saqueados e incendiados y todos sus habitantes pasados a cuchillo. No hubo distinción; niños, ancianos, desvalidos, mujeres, todos afrontaron el mismo amargo final, si bien, las mujeres corrieron peor destino. Debieron de afrontar la deshonra de la violación, algunas de ellas, ante sus esposos.
Para el joven Ismelao ya nada volvió a ser como antes, conmocionado aun por las desgarradoras noticias pero con una entereza sin igual decidió partir al Norte, a Simaya, para honrar las exequias de sus padres y allegados junto a dos de sus compañeros y amigos de infancia natos en la misma aldea, Kromeas y Dhanios.
Capítulo II: La reunificación
Transcurrieron ocho largo años desde aquel funesto suceso, pero para asombro de propios y extraños, fue suficiente para que aquel joven imberbe de diecisiete años proveniente de poco más que de una aldea de adobe y paja transformara los territorios del norte de Macedonia, unificando las tierras altas y bajas bajo un único pero prospero reino.
Para algunos fue un genio visionario, para otros un transgresor y temerario; el precursor y artífice de las más sorprendentes reformas sociales y religiosas llevadas a cabo y por haber. Abolió la esclavitud y prohibió el culto de dioses como Baco por considerar que idolatrar a un Dios consagrado al vino y al desenfreno atentaba contra la dignidad del hombre y lo sometía a la bajez de las pasiones.
Probablemente, el hecho de abolir el culto a Baco resulto ser un agravio y afrenta intolerable para los Dioses del Olimpo, determinante para que estos se inmiscuyeran de forma determinante en la brutal y despiadada guerra que estaba por venir.
Pese a sus veinticinco primaveras, gran atractivo físico y cuerpo esculpido no se esposó con nadie, ni tan siquiera por conveniencias políticas. Se decía de él que el amor le eludía tanto como el perseguía a la gloria.
Capítulo III: Dos reinos una corona.
El destino aun le aguardaba una azarosa tarea para el que fuera un día el hijo de aquellos abnegados labradores. Hacía media Luna que partieron de la capital del Reino, su rey y un numerosísimo ejército para atender la misiva que un heraldo del también recién unificado Reino de Grecia les había entregado.
Danea, reina regente del Reino de Grecia había solicitado auxilio a Ismelao para hacer frente a la amenaza que se levantaba en el Este. Numerosas colonias griegas habían sido reducidas a cenizas y sus habitantes aniquilados o esclavizados por las hordas de un vasto imperio que se extendía desde Anatolia hasta el Hindu Kush.
Al alba y con los primeros rayos de Apolo saludando a un nuevo amanecer, los roncos gritos de los centinelas apostados en las imponentes y soberbias murallas anunciaron la llegada de las huestes macedonias de Ismelao a la esplendorosa ciudadela llamada Nikea, capital del Reino de Atenas.
La ciudad fortificada estaba escarbada en la misma piedra y erigida según reza la leyenda por cíclopes. Lo cierto, es que Nikea constituía una colosal obra de ingeniería, una fortaleza verdaderamente inexpugnable. Contaba con cuatro anillos defensivos, gruesas murallas, decenas de almenas, contramuros, fosos y toda clase de ingenio defensivo que pudiera diseñarse en aquella época.
No tardó en formarse una gran algarabía desde que se anunciase la llegada del joven monarca Ismelao a la ciudadela. Durante toda la mañana y parte de la tarde el marcial rumor de los clarines y atables acompañaron las calles de Nikea, junto al clamor de una población que les recibía con gritos de júbilo y hermosas flores de clisea su paso.
Por otro lado, el grueso del ejército macedonio acampó fuera de extramuros previa construcción de una sólida empalizada.
Después del efusivo recibimiento de la población y escoltados por la guardia de corps de la reina regente Danea, Ismelao y sus hetairoi, llegaron a lo que eran unas escalinatas de mármol que conducían al Senado palaciego. En lo alto, aguardaba ella, Danea, de belleza cándida y singular, vestía una fina y ornamentada túnica blanca que insinuaba un cuerpo bien moldeado similar al de una amazona. Poseía una larga melena rubia trigueña que caía por la fachada de sus hombros adornada por una mitra ataviada alrededor de su frente. Sus ojos eran de un marrón atenuado dotados de un brillo hipnótico. Su mirada y expresión era serena.
Se cuenta que en apenas unas horas se selló el destino de toda Grecia. El joven monarca y la consorte llegaron a la convicción que viejas rencillas del pasado no podían obstaculizar ni frenarel sueño heleno de ver una Grecia unificada y libre. El contexto en el que se hallaban requería tomar medidas excepcionales para la amenaza que se cernía sobre ellos.
Capítulo IV: La conjura de los Dioses
Al cabo de tres días y tres noches cayó un atronador rayo en la llanura, a unas millas de extramuros. Mal augurio susurraba la abigarrada multitud que acampaba en extramuros. Para templar los nervios, el Consejo de Guerra que se constituyó en palacio acordó finalmente presentar batalla en campo abierto aprovechando su aparente superioridad táctica y mayor disciplina.
Danae albergaba la esperanza que un ejército griego compuesto por hombres libres y oriundos de esas tierras combatiría con más tesón que una malgama de mercenarios orientales multinacional y esclavizado por un tirado llamado Oskanio.
Así pues, el tronar de las trompetas llamó a los inmensos ejércitos griegos a batallar al enemigo, enemigo que parecía divisarse en el horizonte como una pequeña mancha negra pero que con el paso de las horas se extendió considerablemente hasta cubrir una vasta extensión.
Los ejércitos se dispusieron en orden de combate. El griego formó en el centro con la caballería pesada de hetairois junto a Ismelao y Danae. A sus costados figuraban los bien pertrechados hoplitas con resistentes lanzas de cornejo e infantes para desarmar la vanguardia de las líneas enemigas. Finalmente, la caballería ligera protegía ambas alas.
Durante tres largas horas se combatió al infiel oriental con denuedo y arrojo. Los orientales superaban en uno a cinco a los griegos. Pero la superioridad táctica de la falange macedónica y su disciplina logró primero contener y luego inmovilizar a la infantería enemiga para que finalmente, la caballería macedónica envolviera los flancos del enemigo y arrasara con ellos no sin sufrir innumerables pérdidas.
Raro era no ver al compañero de armas sangrar por alguna herida de diversa consideración a causa del filo de una espada, guadaña de carro, flecha, sarisa o puñal. Fue una auténtica matanza donde uno ya no solo debía procurar de sobrevivir sino de no tropezar ante el tupido reguero de cadáveres cercenados y moribundos.
Entonces, cuando justo el centro del frente oriental se desmoronaba, señal de derrota del enemigo y las falanges de hoplitas ensartaban con sus lanzas y largas sarisas al enemigo que se batía en retirada unos aterradores gritos resonaron entre aquel descomunal caos que pronto se tornó en un silencio sepulcral.
En el horizonte, casi hasta donde la vista alcanzaba se divisó decenas de bestias mitológicas que solo residían en la mente del imaginario colectivo griego. Pero era un hecho real, minotauros, cíclopes y erinias avanzaban lentamente bramiendo atrozmente.
Inmediatamente se dio la señal de recomponer filas y replegarse a la ciudadela de la forma más ordenada posible. A la postre, fue un caos. Decenas de arpías cayeron desde los cielos abatiendo a los caballeros de sus monturas y sepultando hacia los cielos a la infantería. Tan solo cuando los arqueros apostados en los muros y almenas de Nikea tuvieron a tiro a las bestias aladas se pudo repeler y salvar lo que quedó del maltrecho ejército griego.
A duras penas los supervivientes tuvieron tiempo de realizar una primera cura de sus heridas, que a las murallas de la ciudadela se congregó un ejército compuesto íntegramente por bestias mitológicas salvo por una hechicera que parecía su comandante.
Provenía también de una satrapía del imperio de oriente pero la “Gran Bruja” como así se la conocía, era la heraldo de los Dioses del Olimpo. No solo consigo portaba la muerte sino que hizo saber a todos los hombres y mujeres de Nikea que esta y los dos reinos serian exterminados y aniquilados con el beneplácito de los Dioses.
La decisión tomada años atrás de Ismelao de prohibir el culto a Baco engendró la división en el seno del Olimpo que acabó generando una lucha fraticida entre ellos. Finalmente, se alzaron con la victoria los dioses mayores del Olimpo partidarios de restituir el culto de Baco pero para ello tenían que eliminar al joven monarca, su obra, y su legado.
Ante la negativa de Nikea de capitular se reanudó la batalla, pero con el infortunio para los macedónicos y griegos que rayos y terremotos empezaron a caer sobre las poderosas murallas de la otrora inexpugnable fortaleza de Nikea.
No tardaron en resquebrajarse y en sepultar consigo a los centenares de arqueros que aguardaban en las murallas y almenas incluso a parte de los propios minotauros que en su anhelo y frenesí de matar no fueron lo suficientemente prudentes de resguardarse.
Las próximas horas fueron una constante lucha sin cuartel, donde en cada rincón de cada calle se levantaba barricadas y se luchaba casa por casa. El fuego, el humo y la sangre se entremezclaban entre los gritos de bestias y humanos. Uno a uno los anillos defensivos de la ciudadela iban cayendo en manos enemigas no sin antes ser rendidos con abundante sangre helena.
Finalmente, se levantó la última resistencia en el patio de armas de la Torre de los Reyes. Alrededor de dos docenas de las guardias de corps de Danae e Ismelao formaron en riste con sus lanzas alrededor de ellos. Danae malherida yacía en el centro del círculo mientras Ismelao apenas podía sostenerse en pie por sus numerosas heridas si no fuera por el orgullo de una raza que se batía contra los mi,smísimos Dioses.
No tardó en aparecer la Gran Bruja custodiada por cuatro minotauros y dos ciclopes. Sostenía en cada una de sus manos las prácticamente irreconocibles las cabezas degolladas de los dos capitanes del ejército macedónico y amigos de infancia; Kromeas y Dhanios. Estos habían encontrado una muerte heroica en el segundo y tercer portón de la ciudadela tratando de retrasar los envites del enemigo para poder evacuar al mayor número de civiles por los túneles secretos que atravesaban la cordillera montañesa de Nikea.
La reacción griega no se hizo esperar ante sejemante ultraje y las dos docenas de guadias de corps junto a Ismelao se lanzarón en una desesperada carga para vengar la muerte de sus hermanos de armas. Perecieron todos en la intensa logrando abatir a los cíclopes. Tan solo sobrevivió Ismelao en la memorable carga, que arrastraba su cuerpo penosamente por el suelo del patio de armas para reunirse con Danae, en un intento desesperado por defenderla.
La Gran Bruja contemplaba la escena con inusitado deleite mientras que los minotauros bajaron sus armas a la espera de las órdenes de esta. La suerte estaba echada. Todo por cuanto lucharon y creyeron parecía desmonorarse, el sueño heleno llegaba a su fin.
Capítulo V: El sueño heleno
Y es aquí cuando el mito se mezcla con la realidad. Cuenta la leyenda que cuando todo parecía perdido, se oyó un relinchar por los cielos de un majestuoso pegaso enviado por una conmovida y arrepentida Atenea, la diosa de la guerra y la sabiduría. Que ante tales muestras de valor y amor mostradas por los jóvenes monarcas decidió contravenir a los Dioses y socórrerles.
Otros creen que el pegaso no solo logró rescatarles sino que sanó las heridas de los jóvenes en el inicio del río Eurotes que bañaría siglos venideros la ciudad de Esparta y estos se asentaron en ella dando comienzo a la saga de guerreros conocidos como espartanos.
Verdad o leyenda, lo cierto es que Nikea fue finalmente destruida por la furia de los Dioses que quisieron borrar de la memoria la verguenza que supuso tan estrepitoso fracaso y memorable victoria de aquella joven Grecia surgida del amor de esos dos jóvenes monarcas.
Capítulo I: El Elegido
Innumerables siglos son los que han transcurrido desde que acontecieran aquellos hechos legendarios que enfrentaron no solo a hombres sino a los mismos Dioses del Olimpo.
Fue en una pequeña y remota aldea llamada Simeya, situada a la falda de una colina, por detrás de la cual se veía elevarse, como las gradas de un colosal anfiteatro de granito y piedra, las empinadas y escarpadas crestas del monte Pindo, donde nació aproximadamente hace treinta centurias aquel joven que cambiaria el curso de la historia de toda Grecia y por ende de la humanidad.
No obstante, su destino estaría intrínsecamente ligado al de una mujer de singular belleza de nombre Danea, cuyo valor y actos en vida fueron a la par de loables que el joven muchacho.
Poco se sabe de la infancia de ese héroe llamado Ismelao salvo que nació en una humilde aldea de agricultores. Sus padres a pesar de que se dedicaban al labriego de las tierras y al pastoreo pudieron brindarle una soberbia educación enviándole al Liceo de Atenas junto a los mejores pensadores donde se formó en los diversos campos del saber sin descuidar el arte de la guerra a la que tanta pasión y dedicación prestaba.
Fue precisamente en la misma Atenas, a la edad de diecisiete años donde recibió la trágica noticia de la muerte de sus padres así como de todos los habitantes de Simeya y de los demás pueblos colindantes. Estos fueron saqueados e incendiados y todos sus habitantes pasados a cuchillo. No hubo distinción; niños, ancianos, desvalidos, mujeres, todos afrontaron el mismo amargo final, si bien, las mujeres corrieron peor destino. Debieron de afrontar la deshonra de la violación, algunas de ellas, ante sus esposos.
Para el joven Ismelao ya nada volvió a ser como antes, conmocionado aun por las desgarradoras noticias pero con una entereza sin igual decidió partir al Norte, a Simaya, para honrar las exequias de sus padres y allegados junto a dos de sus compañeros y amigos de infancia natos en la misma aldea, Kromeas y Dhanios.
Capítulo II: La reunificación
Transcurrieron ocho largo años desde aquel funesto suceso, pero para asombro de propios y extraños, fue suficiente para que aquel joven imberbe de diecisiete años proveniente de poco más que de una aldea de adobe y paja transformara los territorios del norte de Macedonia, unificando las tierras altas y bajas bajo un único pero prospero reino.
Para algunos fue un genio visionario, para otros un transgresor y temerario; el precursor y artífice de las más sorprendentes reformas sociales y religiosas llevadas a cabo y por haber. Abolió la esclavitud y prohibió el culto de dioses como Baco por considerar que idolatrar a un Dios consagrado al vino y al desenfreno atentaba contra la dignidad del hombre y lo sometía a la bajez de las pasiones.
Probablemente, el hecho de abolir el culto a Baco resulto ser un agravio y afrenta intolerable para los Dioses del Olimpo, determinante para que estos se inmiscuyeran de forma determinante en la brutal y despiadada guerra que estaba por venir.
Pese a sus veinticinco primaveras, gran atractivo físico y cuerpo esculpido no se esposó con nadie, ni tan siquiera por conveniencias políticas. Se decía de él que el amor le eludía tanto como el perseguía a la gloria.
Capítulo III: Dos reinos una corona.
El destino aun le aguardaba una azarosa tarea para el que fuera un día el hijo de aquellos abnegados labradores. Hacía media Luna que partieron de la capital del Reino, su rey y un numerosísimo ejército para atender la misiva que un heraldo del también recién unificado Reino de Grecia les había entregado.
Danea, reina regente del Reino de Grecia había solicitado auxilio a Ismelao para hacer frente a la amenaza que se levantaba en el Este. Numerosas colonias griegas habían sido reducidas a cenizas y sus habitantes aniquilados o esclavizados por las hordas de un vasto imperio que se extendía desde Anatolia hasta el Hindu Kush.
Al alba y con los primeros rayos de Apolo saludando a un nuevo amanecer, los roncos gritos de los centinelas apostados en las imponentes y soberbias murallas anunciaron la llegada de las huestes macedonias de Ismelao a la esplendorosa ciudadela llamada Nikea, capital del Reino de Atenas.
La ciudad fortificada estaba escarbada en la misma piedra y erigida según reza la leyenda por cíclopes. Lo cierto, es que Nikea constituía una colosal obra de ingeniería, una fortaleza verdaderamente inexpugnable. Contaba con cuatro anillos defensivos, gruesas murallas, decenas de almenas, contramuros, fosos y toda clase de ingenio defensivo que pudiera diseñarse en aquella época.
No tardó en formarse una gran algarabía desde que se anunciase la llegada del joven monarca Ismelao a la ciudadela. Durante toda la mañana y parte de la tarde el marcial rumor de los clarines y atables acompañaron las calles de Nikea, junto al clamor de una población que les recibía con gritos de júbilo y hermosas flores de clisea su paso.
Por otro lado, el grueso del ejército macedonio acampó fuera de extramuros previa construcción de una sólida empalizada.
Después del efusivo recibimiento de la población y escoltados por la guardia de corps de la reina regente Danea, Ismelao y sus hetairoi, llegaron a lo que eran unas escalinatas de mármol que conducían al Senado palaciego. En lo alto, aguardaba ella, Danea, de belleza cándida y singular, vestía una fina y ornamentada túnica blanca que insinuaba un cuerpo bien moldeado similar al de una amazona. Poseía una larga melena rubia trigueña que caía por la fachada de sus hombros adornada por una mitra ataviada alrededor de su frente. Sus ojos eran de un marrón atenuado dotados de un brillo hipnótico. Su mirada y expresión era serena.
Se cuenta que en apenas unas horas se selló el destino de toda Grecia. El joven monarca y la consorte llegaron a la convicción que viejas rencillas del pasado no podían obstaculizar ni frenarel sueño heleno de ver una Grecia unificada y libre. El contexto en el que se hallaban requería tomar medidas excepcionales para la amenaza que se cernía sobre ellos.
Capítulo IV: La conjura de los Dioses
Al cabo de tres días y tres noches cayó un atronador rayo en la llanura, a unas millas de extramuros. Mal augurio susurraba la abigarrada multitud que acampaba en extramuros. Para templar los nervios, el Consejo de Guerra que se constituyó en palacio acordó finalmente presentar batalla en campo abierto aprovechando su aparente superioridad táctica y mayor disciplina.
Danae albergaba la esperanza que un ejército griego compuesto por hombres libres y oriundos de esas tierras combatiría con más tesón que una malgama de mercenarios orientales multinacional y esclavizado por un tirado llamado Oskanio.
Así pues, el tronar de las trompetas llamó a los inmensos ejércitos griegos a batallar al enemigo, enemigo que parecía divisarse en el horizonte como una pequeña mancha negra pero que con el paso de las horas se extendió considerablemente hasta cubrir una vasta extensión.
Los ejércitos se dispusieron en orden de combate. El griego formó en el centro con la caballería pesada de hetairois junto a Ismelao y Danae. A sus costados figuraban los bien pertrechados hoplitas con resistentes lanzas de cornejo e infantes para desarmar la vanguardia de las líneas enemigas. Finalmente, la caballería ligera protegía ambas alas.
Durante tres largas horas se combatió al infiel oriental con denuedo y arrojo. Los orientales superaban en uno a cinco a los griegos. Pero la superioridad táctica de la falange macedónica y su disciplina logró primero contener y luego inmovilizar a la infantería enemiga para que finalmente, la caballería macedónica envolviera los flancos del enemigo y arrasara con ellos no sin sufrir innumerables pérdidas.
Raro era no ver al compañero de armas sangrar por alguna herida de diversa consideración a causa del filo de una espada, guadaña de carro, flecha, sarisa o puñal. Fue una auténtica matanza donde uno ya no solo debía procurar de sobrevivir sino de no tropezar ante el tupido reguero de cadáveres cercenados y moribundos.
Entonces, cuando justo el centro del frente oriental se desmoronaba, señal de derrota del enemigo y las falanges de hoplitas ensartaban con sus lanzas y largas sarisas al enemigo que se batía en retirada unos aterradores gritos resonaron entre aquel descomunal caos que pronto se tornó en un silencio sepulcral.
En el horizonte, casi hasta donde la vista alcanzaba se divisó decenas de bestias mitológicas que solo residían en la mente del imaginario colectivo griego. Pero era un hecho real, minotauros, cíclopes y erinias avanzaban lentamente bramiendo atrozmente.
Inmediatamente se dio la señal de recomponer filas y replegarse a la ciudadela de la forma más ordenada posible. A la postre, fue un caos. Decenas de arpías cayeron desde los cielos abatiendo a los caballeros de sus monturas y sepultando hacia los cielos a la infantería. Tan solo cuando los arqueros apostados en los muros y almenas de Nikea tuvieron a tiro a las bestias aladas se pudo repeler y salvar lo que quedó del maltrecho ejército griego.
A duras penas los supervivientes tuvieron tiempo de realizar una primera cura de sus heridas, que a las murallas de la ciudadela se congregó un ejército compuesto íntegramente por bestias mitológicas salvo por una hechicera que parecía su comandante.
Provenía también de una satrapía del imperio de oriente pero la “Gran Bruja” como así se la conocía, era la heraldo de los Dioses del Olimpo. No solo consigo portaba la muerte sino que hizo saber a todos los hombres y mujeres de Nikea que esta y los dos reinos serian exterminados y aniquilados con el beneplácito de los Dioses.
La decisión tomada años atrás de Ismelao de prohibir el culto a Baco engendró la división en el seno del Olimpo que acabó generando una lucha fraticida entre ellos. Finalmente, se alzaron con la victoria los dioses mayores del Olimpo partidarios de restituir el culto de Baco pero para ello tenían que eliminar al joven monarca, su obra, y su legado.
Ante la negativa de Nikea de capitular se reanudó la batalla, pero con el infortunio para los macedónicos y griegos que rayos y terremotos empezaron a caer sobre las poderosas murallas de la otrora inexpugnable fortaleza de Nikea.
No tardaron en resquebrajarse y en sepultar consigo a los centenares de arqueros que aguardaban en las murallas y almenas incluso a parte de los propios minotauros que en su anhelo y frenesí de matar no fueron lo suficientemente prudentes de resguardarse.
Las próximas horas fueron una constante lucha sin cuartel, donde en cada rincón de cada calle se levantaba barricadas y se luchaba casa por casa. El fuego, el humo y la sangre se entremezclaban entre los gritos de bestias y humanos. Uno a uno los anillos defensivos de la ciudadela iban cayendo en manos enemigas no sin antes ser rendidos con abundante sangre helena.
Finalmente, se levantó la última resistencia en el patio de armas de la Torre de los Reyes. Alrededor de dos docenas de las guardias de corps de Danae e Ismelao formaron en riste con sus lanzas alrededor de ellos. Danae malherida yacía en el centro del círculo mientras Ismelao apenas podía sostenerse en pie por sus numerosas heridas si no fuera por el orgullo de una raza que se batía contra los mi,smísimos Dioses.
No tardó en aparecer la Gran Bruja custodiada por cuatro minotauros y dos ciclopes. Sostenía en cada una de sus manos las prácticamente irreconocibles las cabezas degolladas de los dos capitanes del ejército macedónico y amigos de infancia; Kromeas y Dhanios. Estos habían encontrado una muerte heroica en el segundo y tercer portón de la ciudadela tratando de retrasar los envites del enemigo para poder evacuar al mayor número de civiles por los túneles secretos que atravesaban la cordillera montañesa de Nikea.
La reacción griega no se hizo esperar ante sejemante ultraje y las dos docenas de guadias de corps junto a Ismelao se lanzarón en una desesperada carga para vengar la muerte de sus hermanos de armas. Perecieron todos en la intensa logrando abatir a los cíclopes. Tan solo sobrevivió Ismelao en la memorable carga, que arrastraba su cuerpo penosamente por el suelo del patio de armas para reunirse con Danae, en un intento desesperado por defenderla.
La Gran Bruja contemplaba la escena con inusitado deleite mientras que los minotauros bajaron sus armas a la espera de las órdenes de esta. La suerte estaba echada. Todo por cuanto lucharon y creyeron parecía desmonorarse, el sueño heleno llegaba a su fin.
Capítulo V: El sueño heleno
Y es aquí cuando el mito se mezcla con la realidad. Cuenta la leyenda que cuando todo parecía perdido, se oyó un relinchar por los cielos de un majestuoso pegaso enviado por una conmovida y arrepentida Atenea, la diosa de la guerra y la sabiduría. Que ante tales muestras de valor y amor mostradas por los jóvenes monarcas decidió contravenir a los Dioses y socórrerles.
Otros creen que el pegaso no solo logró rescatarles sino que sanó las heridas de los jóvenes en el inicio del río Eurotes que bañaría siglos venideros la ciudad de Esparta y estos se asentaron en ella dando comienzo a la saga de guerreros conocidos como espartanos.
Verdad o leyenda, lo cierto es que Nikea fue finalmente destruida por la furia de los Dioses que quisieron borrar de la memoria la verguenza que supuso tan estrepitoso fracaso y memorable victoria de aquella joven Grecia surgida del amor de esos dos jóvenes monarcas.