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    El Equipo de Grepolis

Concurso Concurso de relatos cortos de Grepolis

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Ismael I Gladiator

Capítulo I: El Elegido

Innumerables siglos son los que han transcurrido desde que acontecieran aquellos hechos legendarios que enfrentaron no solo a hombres sino a los mismos Dioses del Olimpo.
Fue en una pequeña y remota aldea llamada Simeya, situada a la falda de una colina, por detrás de la cual se veía elevarse, como las gradas de un colosal anfiteatro de granito y piedra, las empinadas y escarpadas crestas del monte Pindo, donde nació aproximadamente hace treinta centurias aquel joven que cambiaria el curso de la historia de toda Grecia y por ende de la humanidad.

No obstante, su destino estaría intrínsecamente ligado al de una mujer de singular belleza de nombre Danea, cuyo valor y actos en vida fueron a la par de loables que el joven muchacho.

Poco se sabe de la infancia de ese héroe llamado Ismelao salvo que nació en una humilde aldea de agricultores. Sus padres a pesar de que se dedicaban al labriego de las tierras y al pastoreo pudieron brindarle una soberbia educación enviándole al Liceo de Atenas junto a los mejores pensadores donde se formó en los diversos campos del saber sin descuidar el arte de la guerra a la que tanta pasión y dedicación prestaba.

Fue precisamente en la misma Atenas, a la edad de diecisiete años donde recibió la trágica noticia de la muerte de sus padres así como de todos los habitantes de Simeya y de los demás pueblos colindantes. Estos fueron saqueados e incendiados y todos sus habitantes pasados a cuchillo. No hubo distinción; niños, ancianos, desvalidos, mujeres, todos afrontaron el mismo amargo final, si bien, las mujeres corrieron peor destino. Debieron de afrontar la deshonra de la violación, algunas de ellas, ante sus esposos.

Para el joven Ismelao ya nada volvió a ser como antes, conmocionado aun por las desgarradoras noticias pero con una entereza sin igual decidió partir al Norte, a Simaya, para honrar las exequias de sus padres y allegados junto a dos de sus compañeros y amigos de infancia natos en la misma aldea, Kromeas y Dhanios.

Capítulo II: La reunificación

Transcurrieron ocho largo años desde aquel funesto suceso, pero para asombro de propios y extraños, fue suficiente para que aquel joven imberbe de diecisiete años proveniente de poco más que de una aldea de adobe y paja transformara los territorios del norte de Macedonia, unificando las tierras altas y bajas bajo un único pero prospero reino.

Para algunos fue un genio visionario, para otros un transgresor y temerario; el precursor y artífice de las más sorprendentes reformas sociales y religiosas llevadas a cabo y por haber. Abolió la esclavitud y prohibió el culto de dioses como Baco por considerar que idolatrar a un Dios consagrado al vino y al desenfreno atentaba contra la dignidad del hombre y lo sometía a la bajez de las pasiones.

Probablemente, el hecho de abolir el culto a Baco resulto ser un agravio y afrenta intolerable para los Dioses del Olimpo, determinante para que estos se inmiscuyeran de forma determinante en la brutal y despiadada guerra que estaba por venir.

Pese a sus veinticinco primaveras, gran atractivo físico y cuerpo esculpido no se esposó con nadie, ni tan siquiera por conveniencias políticas. Se decía de él que el amor le eludía tanto como el perseguía a la gloria.

Capítulo III: Dos reinos una corona.
El destino aun le aguardaba una azarosa tarea para el que fuera un día el hijo de aquellos abnegados labradores. Hacía media Luna que partieron de la capital del Reino, su rey y un numerosísimo ejército para atender la misiva que un heraldo del también recién unificado Reino de Grecia les había entregado.

Danea, reina regente del Reino de Grecia había solicitado auxilio a Ismelao para hacer frente a la amenaza que se levantaba en el Este. Numerosas colonias griegas habían sido reducidas a cenizas y sus habitantes aniquilados o esclavizados por las hordas de un vasto imperio que se extendía desde Anatolia hasta el Hindu Kush.

Al alba y con los primeros rayos de Apolo saludando a un nuevo amanecer, los roncos gritos de los centinelas apostados en las imponentes y soberbias murallas anunciaron la llegada de las huestes macedonias de Ismelao a la esplendorosa ciudadela llamada Nikea, capital del Reino de Atenas.

La ciudad fortificada estaba escarbada en la misma piedra y erigida según reza la leyenda por cíclopes. Lo cierto, es que Nikea constituía una colosal obra de ingeniería, una fortaleza verdaderamente inexpugnable. Contaba con cuatro anillos defensivos, gruesas murallas, decenas de almenas, contramuros, fosos y toda clase de ingenio defensivo que pudiera diseñarse en aquella época.

No tardó en formarse una gran algarabía desde que se anunciase la llegada del joven monarca Ismelao a la ciudadela. Durante toda la mañana y parte de la tarde el marcial rumor de los clarines y atables acompañaron las calles de Nikea, junto al clamor de una población que les recibía con gritos de júbilo y hermosas flores de clisea su paso.
Por otro lado, el grueso del ejército macedonio acampó fuera de extramuros previa construcción de una sólida empalizada.

Después del efusivo recibimiento de la población y escoltados por la guardia de corps de la reina regente Danea, Ismelao y sus hetairoi, llegaron a lo que eran unas escalinatas de mármol que conducían al Senado palaciego. En lo alto, aguardaba ella, Danea, de belleza cándida y singular, vestía una fina y ornamentada túnica blanca que insinuaba un cuerpo bien moldeado similar al de una amazona. Poseía una larga melena rubia trigueña que caía por la fachada de sus hombros adornada por una mitra ataviada alrededor de su frente. Sus ojos eran de un marrón atenuado dotados de un brillo hipnótico. Su mirada y expresión era serena.

Se cuenta que en apenas unas horas se selló el destino de toda Grecia. El joven monarca y la consorte llegaron a la convicción que viejas rencillas del pasado no podían obstaculizar ni frenarel sueño heleno de ver una Grecia unificada y libre. El contexto en el que se hallaban requería tomar medidas excepcionales para la amenaza que se cernía sobre ellos.

Capítulo IV: La conjura de los Dioses

Al cabo de tres días y tres noches cayó un atronador rayo en la llanura, a unas millas de extramuros. Mal augurio susurraba la abigarrada multitud que acampaba en extramuros. Para templar los nervios, el Consejo de Guerra que se constituyó en palacio acordó finalmente presentar batalla en campo abierto aprovechando su aparente superioridad táctica y mayor disciplina.

Danae albergaba la esperanza que un ejército griego compuesto por hombres libres y oriundos de esas tierras combatiría con más tesón que una malgama de mercenarios orientales multinacional y esclavizado por un tirado llamado Oskanio.

Así pues, el tronar de las trompetas llamó a los inmensos ejércitos griegos a batallar al enemigo, enemigo que parecía divisarse en el horizonte como una pequeña mancha negra pero que con el paso de las horas se extendió considerablemente hasta cubrir una vasta extensión.

Los ejércitos se dispusieron en orden de combate. El griego formó en el centro con la caballería pesada de hetairois junto a Ismelao y Danae. A sus costados figuraban los bien pertrechados hoplitas con resistentes lanzas de cornejo e infantes para desarmar la vanguardia de las líneas enemigas. Finalmente, la caballería ligera protegía ambas alas.

Durante tres largas horas se combatió al infiel oriental con denuedo y arrojo. Los orientales superaban en uno a cinco a los griegos. Pero la superioridad táctica de la falange macedónica y su disciplina logró primero contener y luego inmovilizar a la infantería enemiga para que finalmente, la caballería macedónica envolviera los flancos del enemigo y arrasara con ellos no sin sufrir innumerables pérdidas.

Raro era no ver al compañero de armas sangrar por alguna herida de diversa consideración a causa del filo de una espada, guadaña de carro, flecha, sarisa o puñal. Fue una auténtica matanza donde uno ya no solo debía procurar de sobrevivir sino de no tropezar ante el tupido reguero de cadáveres cercenados y moribundos.

Entonces, cuando justo el centro del frente oriental se desmoronaba, señal de derrota del enemigo y las falanges de hoplitas ensartaban con sus lanzas y largas sarisas al enemigo que se batía en retirada unos aterradores gritos resonaron entre aquel descomunal caos que pronto se tornó en un silencio sepulcral.

En el horizonte, casi hasta donde la vista alcanzaba se divisó decenas de bestias mitológicas que solo residían en la mente del imaginario colectivo griego. Pero era un hecho real, minotauros, cíclopes y erinias avanzaban lentamente bramiendo atrozmente.

Inmediatamente se dio la señal de recomponer filas y replegarse a la ciudadela de la forma más ordenada posible. A la postre, fue un caos. Decenas de arpías cayeron desde los cielos abatiendo a los caballeros de sus monturas y sepultando hacia los cielos a la infantería. Tan solo cuando los arqueros apostados en los muros y almenas de Nikea tuvieron a tiro a las bestias aladas se pudo repeler y salvar lo que quedó del maltrecho ejército griego.

A duras penas los supervivientes tuvieron tiempo de realizar una primera cura de sus heridas, que a las murallas de la ciudadela se congregó un ejército compuesto íntegramente por bestias mitológicas salvo por una hechicera que parecía su comandante.

Provenía también de una satrapía del imperio de oriente pero la “Gran Bruja” como así se la conocía, era la heraldo de los Dioses del Olimpo. No solo consigo portaba la muerte sino que hizo saber a todos los hombres y mujeres de Nikea que esta y los dos reinos serian exterminados y aniquilados con el beneplácito de los Dioses.

La decisión tomada años atrás de Ismelao de prohibir el culto a Baco engendró la división en el seno del Olimpo que acabó generando una lucha fraticida entre ellos. Finalmente, se alzaron con la victoria los dioses mayores del Olimpo partidarios de restituir el culto de Baco pero para ello tenían que eliminar al joven monarca, su obra, y su legado.

Ante la negativa de Nikea de capitular se reanudó la batalla, pero con el infortunio para los macedónicos y griegos que rayos y terremotos empezaron a caer sobre las poderosas murallas de la otrora inexpugnable fortaleza de Nikea.

No tardaron en resquebrajarse y en sepultar consigo a los centenares de arqueros que aguardaban en las murallas y almenas incluso a parte de los propios minotauros que en su anhelo y frenesí de matar no fueron lo suficientemente prudentes de resguardarse.

Las próximas horas fueron una constante lucha sin cuartel, donde en cada rincón de cada calle se levantaba barricadas y se luchaba casa por casa. El fuego, el humo y la sangre se entremezclaban entre los gritos de bestias y humanos. Uno a uno los anillos defensivos de la ciudadela iban cayendo en manos enemigas no sin antes ser rendidos con abundante sangre helena.

Finalmente, se levantó la última resistencia en el patio de armas de la Torre de los Reyes. Alrededor de dos docenas de las guardias de corps de Danae e Ismelao formaron en riste con sus lanzas alrededor de ellos. Danae malherida yacía en el centro del círculo mientras Ismelao apenas podía sostenerse en pie por sus numerosas heridas si no fuera por el orgullo de una raza que se batía contra los mi,smísimos Dioses.

No tardó en aparecer la Gran Bruja custodiada por cuatro minotauros y dos ciclopes. Sostenía en cada una de sus manos las prácticamente irreconocibles las cabezas degolladas de los dos capitanes del ejército macedónico y amigos de infancia; Kromeas y Dhanios. Estos habían encontrado una muerte heroica en el segundo y tercer portón de la ciudadela tratando de retrasar los envites del enemigo para poder evacuar al mayor número de civiles por los túneles secretos que atravesaban la cordillera montañesa de Nikea.

La reacción griega no se hizo esperar ante sejemante ultraje y las dos docenas de guadias de corps junto a Ismelao se lanzarón en una desesperada carga para vengar la muerte de sus hermanos de armas. Perecieron todos en la intensa logrando abatir a los cíclopes. Tan solo sobrevivió Ismelao en la memorable carga, que arrastraba su cuerpo penosamente por el suelo del patio de armas para reunirse con Danae, en un intento desesperado por defenderla.

La Gran Bruja contemplaba la escena con inusitado deleite mientras que los minotauros bajaron sus armas a la espera de las órdenes de esta. La suerte estaba echada. Todo por cuanto lucharon y creyeron parecía desmonorarse, el sueño heleno llegaba a su fin.
Capítulo V: El sueño heleno

Y es aquí cuando el mito se mezcla con la realidad. Cuenta la leyenda que cuando todo parecía perdido, se oyó un relinchar por los cielos de un majestuoso pegaso enviado por una conmovida y arrepentida Atenea, la diosa de la guerra y la sabiduría. Que ante tales muestras de valor y amor mostradas por los jóvenes monarcas decidió contravenir a los Dioses y socórrerles.

Otros creen que el pegaso no solo logró rescatarles sino que sanó las heridas de los jóvenes en el inicio del río Eurotes que bañaría siglos venideros la ciudad de Esparta y estos se asentaron en ella dando comienzo a la saga de guerreros conocidos como espartanos.

Verdad o leyenda, lo cierto es que Nikea fue finalmente destruida por la furia de los Dioses que quisieron borrar de la memoria la verguenza que supuso tan estrepitoso fracaso y memorable victoria de aquella joven Grecia surgida del amor de esos dos jóvenes monarcas.
 

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Daniela di Blank

LIBRE

El son de las trompetas nos llamaba a la guerra. ¡Templarios! fue el grito que sonó como un estruendo. Ajuste mi cota de malla, recogí mi espada corta y mi daga de manos de mi escudero y salté a mi caballo. Estaba lista. Cabalgué junto al Gran Maestre hasta el campo de batalla. Delante de mis ojos se extendía un campo de hierba verde y fresca, el aire olía a otoño, el invierno se acercaba y nuestros enemigos eran parte de su vanguardia. Ellos eran muchos, demasiados, nos superaban en número.
¡Infieles! se oyó gritar. Distintas alianzas se habían unido para combatir al Temple. Nuestra batalla sería dura y difícil, pero acabaríamos venciendo al enemigo. Los templarios ganan o mueren, pero jamás, nunca jamás, se rinden.
El grito de guerra que daba comienzo a la batalla salió rotundo de la boca del Gran Maestre. Los caballos comenzaron un trote rápido que se convirtió en una carrera. Nuestros enemigos hicieron lo propio. Levanté el brazo en alto con mi espada y de repente el sonido de un millón de avispas empezó a escucharse entre el sonido del galope, segundos más tarde el cielo se oscureció lleno de flechas que fueron segando la vida de caballeros y soldados. Los gritos de agonía de los que iban cayendo llenaban el aire, hasta que de repente el silencio se adueño de todo. En ese mismo instante nuestros caballos en formación de cuña arrasaron con la vanguardia de las tropas enemigas lanzando hoplitas y caballeros por los aires. Peleé como la más brava de las amazonas, hasta que delante de mí apareció un ser gigantesco de un solo ojo. Espoleé mi caballo intentando evitar su primer golpe, incluso el segundo resultó fácil de esquivar, demasiado lento, pero de repente, de la nada, una piedra perdida golpeó mi casco y caí de mi caballo. Terrible final.
Me puse de pie y recibí el primer golpe que me dejó sin respiración, completamente aturdida y con el sabor de la sangre en la boca, el gigante me cogió con su mano y me llevó cerca de su cara. Su ojo era enorme, de un intenso azul, su nariz apenas existente y sus dientes puntiagudos y cortantes como cuchillas. Su rostro albergaba un gesto de satisfacción, una especie de sonrisa que se quedaba en una mueca horrible. Su mano empezó a apretarme rompiéndome los huesos mientras mi cabeza explotaba a causa del dolor. El sonido que producía mi cuerpo mientras me apretaba era escalofriante y la total impotencia era mortal. Nada podía hacer, estaba prisionera en sus manos. Estaba perdida.
Una piedra catapultada cayó cerca de nosotros, el ciclope gruño sorprendido y me permitió respirar un instante. Agarré la daga de la funda del brazo izquierdo y la clavé en la base del pulgar de la mano. Inmediatamente la mano se abrió y un grito aterrador me dejó sorda por un instante. Caí y rodé por el suelo hasta que choqué con alguna roca y perdí el conocimiento.

Me desperté en el más absoluto silencio rodeada de cadáveres. Todo el mundo había muerto o me habían dejado atrás, no estaba segura cual de las dos opciones era más terrible. Los cuervos caían en picado sobre los cuerpos, mientras arrancaban ojos y vísceras de los cadáveres. Cerca de mi dos cuervos peleaban por arrancar de una mano los tendones, esto provocaba que la mano se agitase entre tirones y que los dedos pareciesen estar vivos. Me recliné para levantarme y noté el dolor en mis costillas, sabía que alguna estaba rota. Como pude me di la vuelta y me puse de rodillas no sin gritar de dolor varias veces. De ahí a ponerme de pie, pasó una eternidad. Busqué una espada y hallé una tirada y ensangrentada a unos metros. Avancé unos pasos, después unos pocos más y noté mi abdomen húmedo y mi mano ensangrentada. La sangre goteaba por mi mano y caía al suelo. Estaba herida. Me llevé la mano al cuello cogí un pequeño saquito que llevaba y saqué unas hojas de milenrama, las mastiqué y escupí parte del jugo sobre la herida, a continuación puse unas pocas hojas en ella cubriéndolas con un jirón de ropa que arranqué de un cadáver. Lo importante era cerrar la herida.
Avancé entre los cadáveres, me dolía la cabeza, por lo que no podía evitar tropezar con los cuerpos caídos. Vagaba. Vagaba sin rumbo, sin destino, perdida en un mar putrefacto. El olor, aquel olor era asfixiante y nauseabundo.
Cayó la noche mientras caminaba, y yo caí con ella. A la mañana siguiente volví a arrastrarme entre los muertos, nada había cambiado todo seguía igual más y más cadáveres. Mirase donde mirase solo había cuerpos, miembros humanos y cuervos y ratas devorándolos.
Tropecé y caí. Me puse de rodillas para volverme a levantar y escuché un pequeño sonido. Una respiración, había alguien vivo. Me quedé callada, sin hacer ruido. La respiración se acercaba, poco a poco, y se hacía más fuerte. Venía por detrás. Me giré y quedé cegada por el sol por lo que solo vi que una bestia se acercaba, un ser salido del mismísimo infierno que de repente echó a correr. Me levanté y corrí. No tenía claro que era aquello, pero corrí lo que pude y más. Hasta que aquella cosa me saltó encima y la tierra se abrió bajo mis pies.
Caímos entre golpes, lanzaba patadas y puñetazos al aire intentado dar en el blanco y oía como aquel ser se movía intentando hacer lo mismo, intentaba morderme. De repente se oyó un ruido metálico, un golpe sordo, un aullido, un lamento y agua. Caí dentro, estaba fría, helada. Fui arrastrada por la corriente negra en la oscuridad de una cueva que parecía la boca del mismísimo infierno. Intenté llegar a una orilla, pero no pude. Aquel río no parecía tener orillas o la oscuridad no me dejaba verlas. Me agarré a un objeto flotante, una serpiente que giró y me clavó sus dientes en el brazo. Rezaba para que no fuese venenosa, porque nada podía hacer, todo estaba tan oscuro.
La cabeza empezó a darme vueltas, la corriente me llevaba y una niebla pareció extenderse ante mis ojos. Primero blanca, gris, negra y por ultimo roja. En ese momento dejé de sentir mi cuerpo entumecido por el frio.
Pasaron imágenes por mi cabeza, la guerra, personas decapitadas, miembros cortados, sangre, gritos, ira y sobre todo rabia. La rabia que todo lo posee.
Toqué suelo en algún punto, no recuerdo donde, con precisión y salí del agua. Al fondo había una luz, me dirigí hacia ella. La luz se hizo más intensa y de repente oí una voz que me llamaba. Volví a ser aplastada por el olor nauseabundo del campo de batalla y al abrir los ojos me encontré al Gran Maestre y algunos compañeros levantando mi cuerpo de entre los cadáveres. ¡Estaba viva!
Fui llevada durante un tiempo que se me hizo eterno. Me bajaron con cuidado, y me depositaron en el suelo, pusieron piedras a mí alrededor y comenzaron a rezar mientras mi alma flotaba por encima de ellos, ascendía y era acogida por la luz del cielo, finalmente libre.
 

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Mont88 26 puntos 1 puesto.
12-trunks-12 20 puntos 2 puesto.
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muchas gracias a todos os vemos en próximos concursos

comunicaros con Aksha para decir el nombre en el juego para dar las monedas
 
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