Hellra8
Preludio-
Era una cálida tarde de Otoño, cuándo las hojas perennes de los árboles empezaban a caer suavemente, bajo el placentero susurro del viento. La Ekklesía se había juntado para debatir los asuntos principales que concernían a la región de Naxos.
La asamblea había dado comienzo cuándo se juntaron todos los asistentes. El tiempo acompañaba y el lugar que habían escogido era propicio para disfrutar de las vistas del mar. Situados desde dónde estaban, se podía ver todo el asentamiento. De algún modo, era una forma de tener controlado al pueblo griego y desde ahí tener una vigilancia al horizonte lo más amplia posible. La asamblea avanzó sin problemas, los principales problemas, cómo lo eran la organización, el empleo y asuntos de comercio, se arreglaron. Dejaron de lado un asunto importante, del que dieron carpetazo. Los curanderos se encargarían. Todos volvían a su rutina diaria, contentos de que aquella asamblea hubiera ido mejor que en los meses anteriores, las cosas iban a mejor. El tiempo acompañaba, las relaciones comerciales eran de lo más fructíferas. Los aliados poderosos, auguraban buen comercio y protección en el comercio naval.
[Un mes y dos semanas más tarde]
-Naufragio y confusión-
Una nave Persa tripulada por soldados fue arrastrada por una tormenta marítima en la isla de Naxos. La tormenta fue lo suficientemente poderosa como para rasgar las velas y causar grandes estragos en la cubierta. En aquella nave habían suficientes víveres para sobrevivir al menos unos pocos días. Los soldados desorientados habían desembarcado en una playa desierta. Había poco espacio de arena en la playa, a unos pocos metros, se alzaba un bosque de palmeras mediterráneas tan frondoso que no dejaba ver el otro lado. Los soldados persas, no se extrañaron que aún no hubiesen llegado los aldeanos o incluso la propia milicia de aquella isla. Pasar entre aquella muralla de palmeras se veía dificultosa, incluso entre aquellos soldados. El capitán persa, ordenó cortar algunas palmeras para montar un campamento junto a la orilla del mar. Pensaba que no tardarían mucho los griegos en ir busca de ellos. Lo normal era que fueran a buscarles, en menos de medio día estarían ahí, ayudándoles a salir de aquel lugar.
Los persas animosos cómo estaban, por saber de su buena suerte de haber caído en la isla de Naxos y no en una isla desierta, empezaron a dar buena cuenta de los víveres. El sol empezaba a caer en el horizonte. El capitán estaba preocupado, no había necesitado de montar guardia. Miraba al mar, cómo le había dicho uno de sus camaradas. Y su cara de completo desconcierto, no entendía o al menos si entendía la confusión del grumete aprendiz a cartógrafo. Alarmado cómo estaba, gritó a voces a su tripulación que se callaran y dejaran de comer por un instante.
-¡Tripulación! Venid todos aquí.
Su orden fue respondida al instante. El tono con el que se dirigió a su tripulación estaba cargado de seriedad y a la vez de temor. No entendía la situación, miró a su tripulación y les hizo la pregunta que tanto atormentaba y rondaba por su mente.
-¡Tripulación! ¿Alguien sabría decirme por qué no hay un mísero barco pescador algún barco de guerra griego rondando por estos mares? El día es plácido y la pesca de hoy debería de ser provechosa. Pero no veo ni hemos visto en varias horas ningún barco.
Grumete 1: -No sé qué decir capitán. Igual están celebrando algo importante en la villa.
Grumete 2: -Ni aun así, las celebraciones se hacen por las noches. De todas formas los pescadores seguirán trabajando por mucha fiesta que haya.
Grumete 3: -Yo tengo entendido que a veces hacen ofrendas al Dios del Mar, Poseidón.
El capitán tras escuchar a varios grumetes más, discerniendo de las opiniones de sus camaradas y argumentando otras, afirmó con la cabeza. Rascándose la barbilla con la mano y mirando con gesto ceñudo el mar.
-Vale tripulación descansad. Encended una hoguera y mañana veremos. Esperemos que sólo sea una fiesta. Y que por eso no se hayan dado cuenta de nosotros.
Los persas, confiados, encendieron dos hogueras con un poco de leña que previamente habían recogido, para calentarse. Por suerte para ellos, aquella noche no hacía mucho frío y el viento estaba calmado. Podrían dormir sin preocupaciones. Se hicieron un turno de guardias de a dos.
-Ayuda-
La noche pasó rápida. El fuego ya estaba apagado. El descanso de los soldados persas, se les había hecho llevadero y cómodo. Era bastante más confortable que dormir en las literas de aquel barco naufragado. El sol empezaba a despuntar con sus primeros rayos, rojo amanecía. El capitán, ya estaba de pie, mirando al horizonte con gesto preocupado. Algo iba mal, sentía. En no mucho tiempo comprobaría si sus dudas eran infundadas o era sólo una preocupación pasajera. Empezaron a recoger las cosas, para cuándo llegaran y los vinieran a recoger.
Pasó aproximadamente de dos horas y ni un solo barco pesquero rondaba por aquellas aguas. Los soldados estaban preocupados. En sus rostros el pánico empezaba a hacer mella. El capitán debía de ser diligente y enviar un mensaje tranquilizador.
-Tripulación, vamos a buscar un camino hacia el poblado de la isla, antes de que anochezca.
Los soldados prestos a hacer caso, empezaron la ardua tarea de buscar algún camino que les pudiera llevar de camino al poblado. Encontraron un camino, un sendero a través del acantilado, pero era tan estrecho, que apenas sólo podría pasar una persona. El capitán no las tenía consigo, habló con el maestro de armas, sobre la situación y sobre qué hacer próximamente. Tomaron una decisión. Luego de no encontrar ningún otro camino visible y transitable por el que se pudiera pasar, se tomó la decisión de que el soldado menos pesado fuera por el camino del acantilado.
El soldado con los ánimos y esperanzas de los demás puestos sobre él, emprendió la marcha por aquel camino estrecho que podría acabar fatal.
Esperaron horas y horas. Sabían que debían de tener paciencia. Que incluso deberían de esperar hasta el día siguiente.
Pasó otro día entero, sin ver una sola embarcación en el mar, y la noche esta vez, fue menos agradable, se tuvieron que abrigar bajo el manto de las palmeras para evitar morir por pulmonía.
-Marcha al pueblo-
A la noche siguiente, habían perdido a un soldado, la fiebre lo estaba consumiendo el día anterior, pero el viento y la poca protección que tenían ante aquellos vientos marítimos, le afectó gravemente. La muerte se lo llevó a causa de la pulmonía. No podían esperar más. No había rastro de las ayudas ni auxilios. Ningún otro barco surcaba por aquellas aguas. Cuándo lo normal era ver al menos una o dos embarcaciones.
El capitán y el maestro de armas, decidieron ir bosque a través, cortando unos pocos árboles para no afectar al bosque y no invocar a los malos espíritus. Además de tener que explicar los motivos de por qué cortaron dichos árboles a los ciudadanos de aquella isla.
Para cuándo cruzaron bosque a través. Se les hizo la tarde. Acamparon al otro lado del bosque para comer las últimas provisiones que quedaban. Todos contaban con que en el pueblo, les recibirían como invitados de honor y les honrarían con un banquete especial.
Luego de comer apeteciblemente y con la mente y cuerpos más descansados, retomaron la marcha de camino al pueblo.
-Primeros indicios-
A lo lejos divisaron el poblado y en lo alto, veían un monte, el cuál era coronado por un edificio dónde se reunía la Ekklesía. Exactamente, estaban en la mismísima isla de Naxos. Lo que no entendieron era que el soldado que “había cruzado” el camino del acantilado no hubiera vuelto ya para rescatarlos. Igual murió por alguna bestia salvaje. Más tarde lo sabrían.
Siguieron caminando hasta el poblado, no divisaban movimiento alguno a lo lejos. Los soldados persas, se pusieron en guardia al instante, recelosos de que les hubieran montado una emboscada. El capitán y el maestro de armas, ordenaron a sus hombres que mantuvieran la vista y las armas prestas para defenderse de cualquier ataque enemigo. Pasaron por un camino transitable, el cuál estaba rodeado de árboles. Siguieron caminando por un largo trecho y vieron a un aldeano que se había suicidado por su propia cuenta con el hacha de talar árboles. La escena era tan grotesca, cómo horripilante a ojos vistas de los soldados, que uno vomitó al instante y el resto aguantó el intento de vómito. Más razón de peso para subir la guardia y estar más atentos, pensaron el capitán y el maestro de armas, con una simple mirada. Más adelante vieron a una mujer y a un niño y una niña que habían sido asesinados, por la forma en que estaban arrodillados. Además tenían los brazos y piernas atadas, y las cabezas metidas en sacos de lino. De repente, un perro salió del espesor del bosque y mordió a uno de los soldados en el pie dejándole marcas de la mordedura en la pierna, éste se revolvió y le dio tremendo tajo que lo mató al instante. La pierna de aquel soldado estaba sangrando a borbotones, pero no se quejó en ningún momento. Le apretaron fuertemente la pierna y trataron de limpiar la herida lo más pronto posible, antes de que se le infectara por la rabia. El maestro de armas se acercó hasta el perro, para ver, cómo monstruosamente estaba deformada la cara de aquel perro. La saliva le caía a borbotones por entre los dientes y los ojos, rojos de ira, se movieron en el mismo momento que la mandíbula trataba de dar caza a la pierna del maestro de armas. Instintivamente se apartó y le dio un pisotón con rabia, maldiciendo al perro. La cabeza del perro seguía con vida y trató de morderle la pierna. Esta vez le alcanzó y le dejó otras marcas al maestro de armas. Hizo que trastabillara hasta caer al suelo. Entre gritos y maldiciones los demás soldados se apresuraron a pinchar a la cabeza del perro con la espada y matarlo definitivamente.
El maestro de armas y el soldado que había sido mordido recientemente se quedaron parados. Sabían que si iban con el grupo retrasarían el conseguir ayuda para ellos mismos. El capitán por momentos negaba rotundamente, pero el maestro de armas, insistió en que fueran, que aquellos dos que se quedaban se sabrían defender.
-Comida-
La partida siguió su camino hasta el poblado, con cautela con las armas en alto y mirando a cada momento a uno y otro lado. El poblado estaba muy silencioso, no había rastro de nadie. Parecía un pueblo fantasma. Según las últimas informaciones que el capitán tenía sobre la isla de Naxos, no había ocurrido nada recientemente, para que desaparecieran las gentes de aquella isla. El capitán sopesaba varias posibilidades. Una guerra, un saqueo, arpías enviadas por Hera, o lo que era menos probable, que abandonaran el pueblo por alguna maldición del Dios del mar Poseidón. Pues tenía entendido que en aquella isla, todos adoraban a Poseidón y que siempre les hacían ofrendas.
Para saber cuál era la razón del porqué el pueblo estaba silencioso, se adentraron en el pueblo. Un aire misterioso y cargado rodeaba aquel pueblo. El silencio era sepulcral, incluso entre la partida no salió palabra alguna. Habían puestos de comida abiertas, algunas cosas comestibles estaban podridas. Cosas como el pescado, en su gran mayoría, era lo que predominaba y las moscas rondaban a montones. El olor putrefacto, les llegó a los soldados, pusieron cara de asco y trataron de taparse con el brazo que tenían libre, sin bajar la guardia. Un soldado tenía tanta hambre, que se acercó a un puesto de fruta y cogió una manzana, no reparó en el ruido que hizo al caerse una caja. Pero la partida lo había escuchado atentamente, se mantuvieron en alerta, cómo si esperaran que saliera algo o alguien de su escondite y les diera emboscada para dar muerte con ellos. No obtuvieron respuesta. Se relajaron visiblemente y empezaron a coger fruta de los puestos. El capitán, les ordenó que no se dispersaran mucho y que recogieran cuánta comida pudieran. Una pareja de soldados se alejaron unas cuántas calles más, ante las advertencias de su tercer compañero de que volvieran, siguieron. El tercer compañero volvió con el grupo cargando comida, mirando atrás de vez en cuándo, pensando en la buena reprimenda que les caería encima.
Más tarde, cuándo se reunieron, el capitán se alertó de que faltaban dos soldados. El tercer soldado, saltó al instante excusándolos de que se habían ido a mirar un poco más allá. Con la preocupación y los nervios a flor de piel, el capitán a punto estuvo de estallar de la ira. Decidió esperar una media hora más a los dos que se habían separado.
El capitán se estaba impacientando, tras más de media hora sin que hubieran vuelto. Extrañaba bastante que justamente aquel par de soldados tan disciplinado no hubieran vuelto ya. Decidió ir a buscarlos junto con el soldado que le había dado la información, mientras el grupo esperaba pacientemente en el lugar de partida.
-Sorpresa desagradable-
Se metieron por varias callejuelas para acortar camino. Siguieron sin ver rastro de ningún aldeano. La confusión, la preocupación, los nervios y la ira nublaban la mente del capitán. Era responsable de las vidas de aquellos soldados y tenía que ir a buscarlos. Para cuándo llegaron a la calle dónde supuestamente iban a estar, encontraron las armas tiradas al suelo. El capitán, alarmado cómo estaba, miraba a un lado y a otro, agachado, mientras recogía las armas y volvía sobre sus pasos al punto de partida.
Un grito espeluznante del grupo de partida se escuchó no muy lejos de dónde estaban. Una arpía chillaba en el aire a lo lejos, volando. Hacía pasadas bajas por dónde estaba el grupo atacándoles con sus poderosas y afiladas garras.
El capitán, preocupado por la seguridad de sus hombres el grito espeluznante de aquella arpía, decidió volver a toda prisa con el soldado que lo acompañaba para ayudarles. Una cosa estaba clara, la arpía era un monstruo de Hera. Cuándo estuvieron cerca del grupo de partida, vieron aterrorizados, cómo una horda de humanos medio muertos y derretidos hacían trizas los cuerpos de aquellos soldados que aún agonizaban en medio de los chillidos de aquella arpía. El soldado que acompañaba al capitán, se fijó bien en la arpía y pudo vislumbrar que aquella arpía no se movía por algún objetivo en concreto. Sino que buscaba desgarrar a los soldados, que seguían agonizando. Uno de los “humanos” medio muertos, se giró al reparar con el olfato la presencia de otros vivos. El capitán y el soldado, aterrados vieron como la cabeza de aquel humano se había retorcido y girado 180º sin girar el cuerpo. Al momento, entendieron que aquellos no eran personas vivas, tampoco eran caníbales, eran mucho peor. Estaban muertas y seguían caminando. El simple hecho de ver a alguno con un brazo seccionado y otro con el pie cojeando, les hizo dudar sobre si seguían vivos. Se metieron entre las callejuelas de aquel poblado, para ir hasta el monte de aquella isla. Tras el primer humano zombie, muchos más lo siguieron. Luego de estar corriendo durante un rato acabaron rodeados por aquella horda. Decidieron encender una hoguera. La decisión del capitán de ir al monte fue errónea, no había escapatoria posible, excepto saltar por el acantilado, dónde el mar provocaba olas, que chocaban contra la isla. Un fuerte viento con aroma salado, embriagaba a los dos. Se miraron mutuamente a los ojos y saltaron al vacío, antes de ver por última vez cómo los soldados, que hacía un rato estaban siendo devorados, eran convertidos en zombies y ahora los perseguían a ellos...
Fin